Hace dos semanas, el 30 de Abril, vimos una gran película llamada Mar Adentro. El personaje principal es un español que lleva cerca de 28 años tetrapléjico, desde los 20. Es un caballero que no consideraba su vida digna, por lo que pedía la eutanasia, ya que su estado físico no le permitía suicidarse. Esta peli nos llevó a tratar el tema con más profundidad ayer, 7 de mayo. Es un tema delicado, y precisamente por la postura religiosa ante el tema. Razón por la que es tan interesante que lo conversemos en la Iglesia.
Se trataron las diferencias entre los distintos conceptos. Eutanasia significa muerte dulce o muerte buena (Eu = buena ; Thanatos = muerte) y existe la eutanasia activa (en la que usa alguna sustancia letal) y la eutanasia pasiva (en la que se omite un tratamiento vital). Con esto se evita el encarnizamiento terapéutico (todo tratamiento extraordinario, del que nadie puede esperar ningún tipo de beneficio para el paciente) y el desperdicio de personal, recursos, entre otras cosas que se pueden invertir en otras vidas o causas mayores. El suicidio se suele clasificar en suicidio patológico (a causa neurósis, depresión u otro trastorno mental) y en suicidio racional, que se basa en la autonomía y libertad del individuo a evitar problemas o dolores. La mayoría son conceptos sutiles, subjetivos.
En el cristianismo vemos un gran valor a la vida, la cual debemos dedicar al Señor, y a través de la historia vemos como la iglesia ha condenado fuertemente el suicidio. Un católico tradicional diría que, al ser el homicidio un pecado, el suicida va directo al infierno, pues ya no puede arrepentirse. Dentro del mundo evangélico no se da tanto énfasis al pecado, sino a la relación que se tenga con Dios: la fe. Algunos postulan que el hecho de que alguien haya pecado al suicidarse, no implica que no haya tenido fe, y otros que el Santo Espíritu no permitiría que un cristiano con fe peque de esa forma. También echamos un vistazo a aquellas personas que en la Biblia se muestra explícitamente su suicidio: Saúl y su escudero (1Samuel 31:4), Ahitofel (2Samuel 17:33), Zimri (1Reyes 16:18) y Judas Iscariote(Mateo 27:5).
Es muy difícil entender que alguien quiera suicidarse. ¿Cuál es el equilibrio entre incentivarlos a vivir y respetar su autonomía moral? ¿Cómo acompañar a gente con depresión y a potenciales suicidas? ¿Por qué cada vez más personas se suicidan? ¿Qué responsabilidad cae en la sociedad, el Estado, la Iglesia y la mentalidad individualista imperante?¿Cómo ha de intervenir el Estado?¿Cómo hemos acompañado a aquellos cercanos que se han suicidado o que lo han pensado? Muchos de los que participamos veíamos sentido en la eutanasia pasiva, pues ¿porqué prolongar y prolongar nuestra vida terrenal? Pero ¿cuáles son los límites?¿Quién es responsable? En fin, concluimos con el modelo de Job, quien luego de perderlo todo y enfermarse desea la muerte (Job 3:10-26; Job 6:8-9). Entonces aparecen todos lo cuestionamientos y juicios contra Dios, pero Job logra reencontrarse con el Señor (Job 42:1-6) y encontrar verdadero sentido en la vida. Pues Dios nos dice: "Servir fielmente al Señor: eso es sabiduría. Apartarse del mal: eso es inteligencia" (Job 28)
Dios los bendiga enormemente, especialmente a aquellos con la vocación de acompañar a quienes han perdido la esperanza o la autonomía. Que la paz de nuestro señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sea con todos y con todas ustedes. Amén.
Se trataron las diferencias entre los distintos conceptos. Eutanasia significa muerte dulce o muerte buena (Eu = buena ; Thanatos = muerte) y existe la eutanasia activa (en la que usa alguna sustancia letal) y la eutanasia pasiva (en la que se omite un tratamiento vital). Con esto se evita el encarnizamiento terapéutico (todo tratamiento extraordinario, del que nadie puede esperar ningún tipo de beneficio para el paciente) y el desperdicio de personal, recursos, entre otras cosas que se pueden invertir en otras vidas o causas mayores. El suicidio se suele clasificar en suicidio patológico (a causa neurósis, depresión u otro trastorno mental) y en suicidio racional, que se basa en la autonomía y libertad del individuo a evitar problemas o dolores. La mayoría son conceptos sutiles, subjetivos.
En el cristianismo vemos un gran valor a la vida, la cual debemos dedicar al Señor, y a través de la historia vemos como la iglesia ha condenado fuertemente el suicidio. Un católico tradicional diría que, al ser el homicidio un pecado, el suicida va directo al infierno, pues ya no puede arrepentirse. Dentro del mundo evangélico no se da tanto énfasis al pecado, sino a la relación que se tenga con Dios: la fe. Algunos postulan que el hecho de que alguien haya pecado al suicidarse, no implica que no haya tenido fe, y otros que el Santo Espíritu no permitiría que un cristiano con fe peque de esa forma. También echamos un vistazo a aquellas personas que en la Biblia se muestra explícitamente su suicidio: Saúl y su escudero (1Samuel 31:4), Ahitofel (2Samuel 17:33), Zimri (1Reyes 16:18) y Judas Iscariote(Mateo 27:5).
Es muy difícil entender que alguien quiera suicidarse. ¿Cuál es el equilibrio entre incentivarlos a vivir y respetar su autonomía moral? ¿Cómo acompañar a gente con depresión y a potenciales suicidas? ¿Por qué cada vez más personas se suicidan? ¿Qué responsabilidad cae en la sociedad, el Estado, la Iglesia y la mentalidad individualista imperante?¿Cómo ha de intervenir el Estado?¿Cómo hemos acompañado a aquellos cercanos que se han suicidado o que lo han pensado? Muchos de los que participamos veíamos sentido en la eutanasia pasiva, pues ¿porqué prolongar y prolongar nuestra vida terrenal? Pero ¿cuáles son los límites?¿Quién es responsable? En fin, concluimos con el modelo de Job, quien luego de perderlo todo y enfermarse desea la muerte (Job 3:10-26; Job 6:8-9). Entonces aparecen todos lo cuestionamientos y juicios contra Dios, pero Job logra reencontrarse con el Señor (Job 42:1-6) y encontrar verdadero sentido en la vida. Pues Dios nos dice: "Servir fielmente al Señor: eso es sabiduría. Apartarse del mal: eso es inteligencia" (Job 28)
Dios los bendiga enormemente, especialmente a aquellos con la vocación de acompañar a quienes han perdido la esperanza o la autonomía. Que la paz de nuestro señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sea con todos y con todas ustedes. Amén.
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